En el momento presente España está desarrollando una política energética muy agresiva en cuanto a la construcción de plantas de energía eólica. Con el objetivo declarado de reducir la dependencia de combustibles fósiles, sin recurrir tampoco a la energía nuclear, solo queda el recurso a las energías eólica y fotovoltaica, que, a día de hoy, son las más desarrolladas de las energías llamadas limpias, renovables etc.
Abanderados de verde, el gobierno español y las empresas energéticas que operan en el sector, se han lanzado al desarrollo de un gran número de proyectos. Unos y otros llevan el ecologismo y la sostenibilidad en sus nombres y eslóganes, y hacen de ello bandera para sus campañas.
Los elevados costes de producción y el escaso rendimiento general de la energía eólica no han sido obstáculos para su desarrollo. Las empresas energéticas han sabido entenderse con el Gobierno y han llegado a un acuerdo para que este subvencione la diferencia. De esta forma, un negocio que el mercado no hace rentable, lo hace el acuerdo entre las empresas energéticas y el Gobierno. Al objeto de luchar contra el calentamiento global, la sociedad paga elevados costes por la energía obtenida de fuentes que se dicen renovables y, por ello, el resultado general es beneficioso.
A la hora de llevar adelante estas políticas, las empresas promotoras, con el Gobierno a favor, proponen proyectos por doquier, con tal de que exista viento, cualquier sitio es adecuado para emplazar un parque de aerogeneradores. Las evaluaciones de impacto ambiental que la ley exige que hagan, ofrecen, sin excepción, resultados favorables a los proyectos. Los impactos resultan leves o tolerables, y las ventajas que la sociedad entera va a obtener son, según las conclusiones de todos los técnicos que firman aquellos estudios, muy superiores a los perjuicios causados.
Sin embargo, a la proliferación de los proyectos acompaña un rechazo social creciente, viendo la ciudadanía como se ocupan más y más parajes de riqueza paisajística, ecológica y social, para transformarlos de forma muy significativa, las más de las veces radicalmente. Proyectos valorados favorablemente por los técnicos redactores de los estudios de impacto ambiental, y sancionados por las administraciones, revelan con el tiempo resultados bien diferentes. No solo se ha agredido al medio ambiente de aquellas zonas donde se emplazaron, no solo se ha alterado la naturaleza, perjudicando con ello el equilibrio natural que es, a la postre, el que estabiliza el planeta, sino que no se ha favorecido en ningún modo a las comunidades afectadas.
Tampoco la sociedad, en general, parece haber tenido un beneficio, pues el problema energético en España dista mucho de estar resuelto, ni parece que lo vaya a estar a corto plazo. Lo único que sucede, indefectiblemente, es una subida permanente de los costes energéticos. Un observador que llegara del espacio y, por ello, que no tuviera ningún interés en la situación energética española, tendría problemas para comprender las direcciones que siguen quienes planifican esa política. No parece que pudiera comprenderla por el simple uso de la razón.
Hace pocos años ya asistimos a lo que se ha dado en llamar la “burbuja” de las renovables, cuando se subvencionaron sin límite las plantas solares, creando a continuación un enorme problema público, que aún está por pagar en su mayor parte. Los inversores que acudieron, de dentro y fuera de España, a participar del fabuloso negocio que se les ofrecía, ganan pleitos hoy contra el estado español, que no puede pagar aquello que les había ofrecido.
Pareciera, a la larga, que los únicos beneficiados son las empresas energéticas, lo único que se parece cumplirse de los proyectos es la expectativa de lucro de las empresas promotoras.
Hace ya más de 20 años que científicos como el inglés James Lovelock alertaron sobre el verdadero alcance de las distintas fuentes de energía que se habían bautizado como “renovables” o verdes, o limpias. Ya entonces, este sabio británico advertía que sería una estupidez llevar esos aprovechamientos demasiado lejos, y de los efectos perjudiciales que tendría el abuso de ellos para el equilibrio planetario.
Igual que en la existencia o no de vida en Marte, la responsabilidad de los CFCs sobre la destrucción del Ozono estratosférico, entre otros, es claro ya que Mr. Lovelock vuelve a acertar, una vez más, en el caso de las energías “renovables”.
La industria energética, que viene de crecer y desarrollarse con las fuentes de energía tradicionales, se ha pasado a las nuevas fuentes y ha hecho de ellas un campo económicamente tan productivo, o más, de lo que habían sido las fuentes tradicionales. La agresión a la naturaleza, el hombre incluido, no parece ser inconveniente para que dicha industria crezca de forma sostenible y de pingües beneficios. Volcada sobre las fuentes de energía menos agresivas, parece querer volverlas, de hecho, tan agresivas como las primeras, por forzar su uso a situaciones completamente fuera de toda lógica y razón.
Las corporaciones energéticas, por su tamaño, se han convertido hace tiempo en un fenómeno orgánico. Un fenómeno más de los que constituyen GAIA. Impulsadas por su tamaño y potencia económica, riñen entre ellas la lucha por la supremacía. Con facilidad se infiltran en los gobiernos y, de hecho, son ellas las que trazan la política energética de nuestro país desde hace mucho tiempo. Con su influencia encumbran a los puestos de responsabilidad en la administración a personas ayunas de conocimientos técnicos en el campo energético ni experiencia efectiva alguna, a los que dominan sin ningún problema. Son de dominio público anécdotas como el caso de un consejo de ministros en que uno de ellos afeó a otro que el informe que presentaba fuera un calco de un documento de una mercantil que le era ya conocido. Mientras los ministerios del ramo van ganando adjetivos en su denominación relativos al tema ecológico, la vedad desnuda es que, día a día, se alejan más los resultados producidos del fin que dicen perseguir. Sirve el viejo aforismo: dime de qué presumes y yo te diré de qué careces.
Siguiendo el pensamiento del señor Lovelock vemos que la Tierra como un todo, lo que se ha bautizado como GAIA, la biota entera que puebla la tierra, reaccionará contra aquel elemento que perturbe su equilibrio. Las políticas energéticas absurdas, por más que sean económicamente provechosas para unos pocos, o, precisamente por eso, porque solo son provechosas para unos pocos, están condenadas al fracaso. La situación energética no se corregirá, los costes de la energía inasumibles para las empresas que han de competir en el mercado global, el deterioro de la calidad de nuestro medio, en suma, el cúmulo de efectos producto de un déficit de capacidad de los gobiernos sucesivos y de la avaricia a corto plazo de las empresas energéticas, nos llevará irremisiblemente a un colapso futuro que requerirá un cambio radical energético.
Por su comportamiento, las corporaciones energéticas están destinadas igualmente a colapsar. Si bien han demostrado tener bastante capacidad de adaptación. Hasta ahora parecen comportarse como un gato, que siempre cae de pie. Más el concepto de GAIA lleva a pensar que, al fin, el planeta se librará también de ellas en cuanto que son un elemento perturbador. Si quieren prevalecer tendrán que cambiar radicalmente y buscar un encaje basado en vivir y dejar vivir. El día que llegue esto bienvenido sea.
En un plazo de tiempo que tal vez ya no esté y muy lejano, los caminantes que hoy recorren nuestros montes y se admiran de ellos, pasearán de nuevo por las mismas rutas y se encontrarán las ruinas de las cimentaciones de lo que hoy se está construyendo. Admirados, nuestros nietos preguntarán a sus padres, nuestros hijos, quién hizo aquellas estructuras que tanto afean los montes y por qué motivo se puso aquello en aquellos parajes, que habían sido tan bonitos. Entonces, nuestros hijos habrán de explicar a nuestros nietos, o a nuestros bisnietos, como aquello fue una de tantas estupideces que hicieron los abuelos. Es decir, que hacemos, hoy mismo, nosotros.
Monfero a 12 de Junio de 2021.
M. Aquilino García López.
Ingeniero Agrónomo.
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